No te va a pasar a vos

No te va a pasar a vos. Pasa, y le pasa a todo tipo de gente, pero a vos no. Vos sabés cuánto control es necesario y lo tenés todo. Agarrás las llaves, le asegurás al copiloto que nada puede salirse de tus manos, le indicás que relaje. «Relajá».

Sí, tomaste, pero casi nada. Manejás igual que alguien que no probó el alcohol en su vida. Manejás incluso mejor que mucha de la gente que no probó el alcohol en su vida. No, ese mirar el celular no cuenta, porque fue un instante, porque el resto de los autos iba lento, porque recién estaba pasando el semáforo a verde. No te va a pasar a vos.

Sos vos a quien no le pasaría, ¿cierto? Sos vos quien no tendría el accidente, el problema, las consecuencias, las conversaciones con el seguro, con la policía y con los abogados. Acá llega el momento en el que podemos estar de acuerdo: no, a vos no te va a pasar. No porque hayas dominado la disciplina del manejo a un nivel que puedas ignorar todas las medidas de seguridad básica. No porque tu capacidad sea tal que no haya ninguna distracción que pueda afectar tu desempeño. No te va a pasar a vos porque cuando pase, no es a vos a quien le va a pasar.

En mí quiero que pienses, por un segundo. No en tus abogados, no en tu seguro, no en el alcoholímetro; no en lo que dirían tus padres, no en lo que preguntarían tus hijos, no en lo que costarían los trámites. En mí. En mi vida, en mi familia, en mi salud, en mis proyectos, en todas las personas que cuentan conmigo, en mis ganas de seguir pisando esta tierra. Un poquito menos en vos, en si vas a ir en cana, y un poquito más en mí, en si voy a tener «la suerte» de ir al hospital o si voy directo a la morgue. Un poquito menos en cuánto vas a tener que pagar y un poquito más en cuánto me va a costar.

Verás, es imposible que me sea compensado con dinero lo que perdí. Lo que me quitó alguien que, como vos, seguramente tenía todo bajo control. No perdí la vida. El choque estuvo a instantes de quitármela, pero la persona que me chocó tuvo la enorme fortuna de que no lo hiciera. Mientras yo convulsionaba y sangraba sobre la calle, en los brazos de mi marido que me pedía entre llantos que me quedara en este mundo, la persona que me chocó -y que ya había abandonado la escena- tuvo la enorme fortuna de que otros llamaran a la ambulancia. Tuvo la enorme fortuna de que la ambulancia llegara rápido, y de que los enfermeros y mi marido lograran subirme a la camilla a pesar de mis gritos de «¡suéltenme, suéltenme, suéltenme!». La persona que me chocó tuvo la enorme fortuna de que el sistema de salud pública de la ciudad sea excelente. Tuvo la enorme fortuna de que en el hospital de emergencias me detectaran el hematoma rápidamente y de que los dos neurocirujanos que me atendieron lo hicieran con destreza. La craneotomía salió bien. Dos días más tarde, mientras mi cuerpo yacía sobre una cama en la sala de emergencias, la persona que me chocó tuvo la enorme fortuna de que no se hubiera generado una infección. Por primera vez en unas 72 horas podía decirse que yo iba a vivir. Qué suerte tuvo, ¿no? No tiene un juicio por homicidio culposo. No hizo nada por evitarlo, pero otras personas trabajaron para que no se convirtiera en homicida. Y acá estoy yo, viva para contarlo.

No perdí la vida (casi, casi, pero no). Perdí varios meses de mi vida, entre lapsos de inconsciencia y limitaciones de la rehabilitación. Hube de suspender mis actividades, tanto recreativas como laborales. Me perdí muchos festejos de cumpleaños. Nunca me enteré de que fue Pascua. No pude bailar junto a mi querida amiga y su flamante nuevo esposo en su fiesta de bodas. No pude darle las últimas clases particulares a la alumna a quien ayudé a terminar la secundaria, ni pude celebrar con ella cuando aprobó las dos materias. Tuve que permanecer internada, inyectada e inmóvil por semanas. Tuve que mudarme a la casa de mis padres para poder estar bajo cuidado continuo. Tuve que reaprender a caminar, a leer, a bañarme, a mover la cara. Sufrí más dolor físico del que podría haber imaginado posible. Sufrí todo el dolor emocional que había imaginado posible. Me volví la tarea de mi familia, de mis amigas, de mi amor. Pasé noches gritando y días haciendo terapia. Visité médicos y laboratorios de estudios, Salva visitó farmacias y las oficinas de la obra social. De eso hacen ya muchas semanas. Recuperé mucho. Me recuperé mucho. Pero la rehabilitación sigue. Y no tiene punto final a la vista.

¿Y vos? ¿Dónde estás? En la más absoluta sobriedad y atención, imagino. Si yo pudiera pedir un deseo, sería éste: que entiendas que al conducir un automóvil, conducís al mismo tiempo un vehículo y un arma mortal. Quizás nunca embistas a nadie (¡ojalá!), pero lo que es certero, es que lo que pase, no te va a pasar a vos. No realmente. Lo que te pase a vos va a ser un detalle.

Si tenés edad para sacar el carnet de conducir, tenés edad para asumir la responsabilidad de que tu desplazamiento atenta contra la vida de otros. Si no podés asumirla, qué decirte… Nadie va a poder devolverme lo que me quitó la distracción de otro. Nunca. Espero que alguien, algún día, pueda devolverte el sentido común.

 

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Con amor, fisuras y abrasiones, Agustina

 

 

14 comentarios en “No te va a pasar a vos”

  1. Dios, este post en particular me ha hecho repensar en mi modo de manejar. Todo el mundo dice que voy rápido, pero yo siento que no. Dios, me voy a cuidar mucho más a la hora de manejar para cuidar al otro.

    Me alegro que estés viva y bien, pero lamento todo lo que has sufrido. ¡Un abrazo virtual de blogger a blogger!

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  2. Cuanta razón y cuánto corazón! Somos muy desaprensivos a la hora de manejar y las distracciones existen. Si, me puede pasar a mi. Si, hay q manejar cuidando al letón y al q va en bici. No se si hay q bajarse de los autos, pero seguro q si de la soberbia y la omnipotencia.

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    1. ¡Muchas gracias por este comentario tan elogioso! Razón y corazón, es lo que más quisiera lograr depositar en mis textos.

      Me encanta tu frase de cierre. Espero encontrarte pronto de nuevo por acá, y recibir más opiniones tuyas. 🙂

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  3. Me gustó mucho la frase «que entiendas que al conducir un automóvil, conducís al mismo tiempo un vehículo y un arma mortal.» Es tan fácil olvidarse lo fácil que es arruinar o quitar la vida de una persona por un descuido.

    Más o menos una semana después del accidente hubo un día en que manejé un auto y me sentí bastante aterrorizado de poder atropellar a alguien. Por suerte después el terror se me fue, pero espero que la cautela y la atención no sé vayan nunca.

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    1. ¡Gracias! Brindo porque la cautela y la atención no se vayan nunca, y porque se instalen en la conciencia de todos los conductores. Brindo con agua, pero alzo la copa con gran entusiasmo. ❤ ❤

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  4. Gracias por compartirlo y lamento todo por lo que tuviste que pasar. Me han chocado varias veces siendo pasajera de taxis, y esos golpes y latigazos son la nada misma al lado de lo que te tocó vivir. Pero te entiendo. Abrazo enorme y que estés bien.

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  5. Agus, me emociona leer. Qué bueno que tus capacidades de escribir quedaron intactas y me encanta poder acompañarte en este proceso de rehabilitación.

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  6. Agus! Es muy bueno lo que escribís, creo que por un segundo pude sentir al menos una ínfima parte de tu dolor, tanto físico como psicológico. Que bueno que estés mucho mejor y eso haya permitido conocerte!
    Abrazos!

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